Este restaurante enclavado en el centro de Triana, toma su nombre de “los pillos” de una de las breves narraciones incluidas en las Novelas ejemplares de Miguel de Cervantes. Su carta busca dar una vuelta más a la cocina tradicional sevillana aportando un toque de innovación.

Teniendo muy presente la tradición artesana, manufacturera, alfarera y ceramista característica del barrio en el que se ubica, este local de 310 metros se concibió como un espacio para preservar la tradición.

Tratamos de aportar un interiorismo natural, inspirado en el trabajo artesano y la vuelta a los orígenes, que busca poner en valor la materia prima y el diseño artesanal, como sinónimos de calidad, contrastando en ciertos puntos con elementos más vanguardistas.

Desde la propia fachada ya se intuye esta intención, toda ella se resuelve mediante una carpintería de perfiles negros aperturable, que permite conectar exterior e interior. Este material sólo contrasta con el barro, empleado en la rotulación del nombre y en el punto central, donde se mantiene un cuerpo ciego vertical revestido por celosía.

Una gran estantería retroiluminada, realizada en madera de castaño y repleta de piezas cerámicas manufacturadas nos da la bienvenida al local. Su parte posterior se reviste mediante un mortero de cal, aportando ese acabado imperfecto y texturado.

Dado que el local es muy profundo y solo presenta la fachada como un único punto de iluminación natural, se aposto por generar un “falso patio” en su interior, que permitiese en el punto más oscuro del local, hacer sentir al comensal en contacto con el exterior.

En el interior, se mantiene un pavimento porcelánico tipo terrazo en tonos verdes y rosas, que combina con la celosía de barro que reviste el acceso a los aseos y el paramento derecho del local. Cada una de las piezas han sido colocadas una a una, aportando esa calidez tan acogedora propia de la artesanía tradicional. Las piezas de barro se enmarcan y colocan siguiendo diferentes disposiciones con la intención de aportar dinamismo en el interior.

Un gran banco corrido, en forma de L en madera de acacia y tapizado en tonos tejas cierra el espacio. Todo su desarrollo se reviste con una palilleria en acacia y espejos verticales con terminación semicircular.

En el fondo del espacio se dispone la barra, revestida con piezas cerámicas artesanales en formato cuadrado y tono verde turquesa, separa la sala de la zona de cocina, manteniendo una continuidad visual entre ambas.

Al final del restaurante se ubican los aseos, donde se recurre a grandes espejos y porcelánicos tipo terrazo, en tonos rosas, azules y verdes, asociados a las cabinas femenina, masculina y hall.

Los techos se pierden mediante la aplicación de una pintura en tono grafito oscuro, y desde ellos se suspenden varias lámparas decorativas realizadas en cerámica, esmaltadas en tonos verdes y blancos.

Tratando de combinar tradición y vanguardia, pero con la firme intención de poner el en valor la tradición material se opta por la mezcla minuciosa y detallista de materiales como: terrazo, mortero de cal, ladrillo cerámico artesanal, madera, cerámica artesanal con diversas formas y esmaltada en diferentes colores.

Piezas de mobiliario en mimbre, madera y ratán, continúan con el mismo lenguaje y completan el espacio