La pregunta a la que el proyecto trata de dar respuesta es simplemente cómo proceder cuando todo lo tienes en contra. Cuando no tienes luz, no tienes ventilación, no tienes hacia dónde mirar, pero sí tienes ruido, contaminación y confusión.

El encargo consistía en injertar, casi como en una operación quirúrgica, un nuevo volumen administrativo dentro una antigua fábrica metalúrgica, utilizada desde hace más de 20 años como cajón desastre de un gran grupo industrial.

Hacia poniente, la única fachada existente de todo el complejo, una autovía de tráfico constante imposibilitaba una relación fluida con el exterior. Todo lo más, permitiría la captación de luz natural diurna con excepción de las horas vespertinas, cuando la incidencia excesiva del soleamiento imposibilitaba las condiciones de trabajo. En el lado opuesto, un espacio industrial vacío, polvoriento e indeterminado, donde al menos se pudo encontrar un atractivo visual y contemplativo para los usuarios de los espacios interiores. Con esta carencia de luz, dificultad de ventilación natural, ruido constante y visuales condicionadas, la única estrategia posible fue la de crear un espacio hermético y autónomo, aislado del exterior, aunque también etéreo y transparente, donde vislumbrar todo lo que te envuelve de una forma exclusivamente contemplativa.

Para ello, vidrios con acristalamiento térmico-acústico reforzados, sistema de ventilación forzada, climatización radiante frío-calor e iluminación artificial potenciada pero de bajo consumo, fueron estrategias indispensables para satisfacer los requisitos funcionales de los espacios.

Casi como única libertad de movimiento dentro de todas las condiciones a solventar, una escalera en espiral de anchura variable y planta cuadrada conecta los dos niveles del proyecto, articulando también las zonas abiertas y de servicio, en un giro ascendente que visualmente ponga en funcionamiento todo este mecanismo autosuficiente.